jueves, 15 de septiembre de 2011

una de monjas





no se bien cuándo ni de qué manera empezó mi obsesión con/por las monjas.
la cosa es que de repente me encontré leyendo sobre monjas, buscando fotos de monjas, corriendo monjitas por la calle para fotografiarlas...si no tenía cámara, me quedaba nomás, mirando fijo, bien fijo a la monja...como atracción socio turística, qué se yo.

tienen algo que me atrae, no se con exactitud qué es. me producen una fascinación extraña que poco tiene que ver con un fetichismo sexual. es algo más. verlas me recuerda que existen. posta. suena medio idiota seguro. pero la situación es esta: veo una monja (o muchas), me quedo mirando, pienso: -guau, una monja. es como ir atrás en el tiempo. son anacrónicas. por momentos creo que aparecen, se deslizan, como si vinieran realmente de otra época y se insertaran en esta sin avisar.

pero lo que me interesa de ellas es su cotidianeidad. porque cada vez que las veo me quedo pensando qué harán en el día, ¿plancharán? ¿cocinarán? ¿rezarán solamente? ¿se tocarán entre ellas, o solas? ¿cómo dormirán? y toda una batería de preguntas irreproducible.

empecé a juntar fotos de monjas. y a militar por facebook mi nueva manía. y funcionó. de golpe empezaron a llegarme mails de gente desconocida con fotos de monjas como aporte para mi álbum "monjas en el mundo".

tengo muchas.
voy por más.
si esto no es crear tendencia, que otrx me diga qué lo es.

sábado, 14 de mayo de 2011

¡Basta YA de homo/lesbo/trans/travestoFOBIA!

Sin lugar para los frágiles
Carlos Agüero trabajaba en el campo, estudiaba de noche y visitaba las redes sociales como cualquier otro chico de 17 años. Pero ese ejercicio lúdico de encontrarse con otros y otras se fue convirtiendo en una pesadilla a partir de que un grupo de compañeros de colegio empezaron a agredirlo porque no parecía lo suficientemente macho, porque no había tenido novia, porque sus anteojos eran demasiado grandes. Lo tildaban de puto, con todo el menosprecio que puede cargar esa palabra cuando en lugar de decirla se la escupe. El nunca pudo hablar con nadie acerca de su sexualidad, la vergüenza y la sensación de encierro lo llevaron a colgarse de una soga cerca del lugar donde trabajaba. Murió solo, tan solo como se había sentido en la escuela que no quiso o no pudo contenerlo, que sólo exige que sobre su caso no se hable más.

Por Flor Monfort

Carlos Agüero tenía una confidente. Su prima María era, además, su mejor amiga, su compañera de banco, su cómplice cuando lloraba por los gritos, los insultos o los comentarios en Facebook. “Putazo” le escribieron en una foto que subió a su perfil y él, que no quería tener problemas con nadie, solamente lloraba con María. Carlos Agüero tenía 17 años cuando se colgó de un árbol en el medio de un campo cerca de Chepes, el pueblo donde vivía, a 240 kilómetros de La Rioja capital. Su tío lo buscó toda la noche del 16 de abril y lo encontró al amanecer, desnucado. No dejó cartas y su círculo jura que no había indicios de que iría a matarse, pero sí hay una historia que reconstruir, un rompecabezas que revela la discriminación y el terror de un chico que, como tantos, intentaba pasar desapercibido entre vecinos y compañeros por miedo a que le pegaran, lo burlaran, lo despreciaran. “Yo no podría creer que él no me contara si era homosexual, pero ahora, que no puedo creer lo que pasó y no puedo dejar de acordarme de él, pienso que tal vez ese era su secreto”, dice María. Ella junto a Franco, el hermano mayor de Carlos, reconstruyen los días anteriores al suicidio.

–¿Qué pasó el viernes 15?

Franco: –Fue el último día que Carlos fue al colegio. Nos levantamos temprano, somos cuatro en casa y nos organizamos para que cada uno haga algo. Cuando terminamos de hacer las camas y limpiar la casa, a la hora de la siesta, nos pusimos a tocar la guitarra porque yo le estaba enseñando. Después tomó la merienda y partió para la escuela.

María: –Ese día lo vi muy callado pero no pensé que pasara nada. En la mitad del segundo módulo pidió permiso y le fue a hablar a un chico, Franco Soria, que lidera el grupo de los que siempre lo molestaban. Se acercó a él y le dijo por qué le habían puesto “putazo” en la foto de Facebook y por qué no se lo decían en la cara. A Carlos siempre le gritaban “chau morocha” o decían “mirá cómo camina”, era una burla constante, pero él no quería tener problemas con nadie, ni quería que los padres se enteraran y además era muy frágil físicamente, así que la idea de tener una pelea lo aterraba.

El acto de valentía de acercarse a hablar con ellos por primera vez fue respondido con insultos y risas. Franco se puso a llorar en clase, y la preceptora lo sacó del aula y le pidió que se fuera a la casa. “No me dejó que lo acompañara y nos dijo al resto ‘que de esto no se entere el vice’”, cuenta María, que no está sorprendida por la actitud irresponsable de la escuela de dejarlo irse solo, a la noche, cuando además él había sido la víctima de las burlas. Disciplinar a través del miedo es moneda corriente en la Normal Quiroga, según la prima y el hermano de Carlos, que también fue a esa escuela.

Franco: –Yo compartí un año con él y ya desde el principio me comentaba estos ataques que sufría, pero yo le decía que no les diera bola. Lo jodían porque no le conocían novias o porque era muy estudioso. En una época íbamos a bailar salsa al Club Comercio y menos mal que no se enteraron, porque les hubiera dado tela para la joda. Este chico Franco, que era el más obsesionado con Carlos, había perdido la mamá hace poco tiempo, entonces la preceptora le dijo “entendelo, que está pasando un mal momento”, pero en general nunca reprendían a los malos y, además, ¿a Carlos quién lo entendía?

María: –Cuando terminó la clase me fui a buscarlo. Lo encontré en Cerro Carril Viejo, un galpón donde vamos los jóvenes a escuchar música. Estaba ahí solo, llorando. Me hizo prometerle que no le contaría a nadie lo que había pasado. Yo le dije que sí pero le pedí que él me prometiera que el lunes volvíamos juntos a la escuela, con la frente bien alta, y que esto no lo iba a afectar más. El me lo prometió. Yo cumplí pero él no cumplió su promesa.

Franco: –Nosotros queremos que la escuela se haga cargo, esto no puede quedar en la nada porque puede haber otros chicos o chicas en esta misma situación. Por eso llamamos al Inadi: yo creo que mi hermano no era gay, porque alguna vez me había dicho que tenía una novia, pero tampoco me interesa. El sufría discriminación y lo dejaron muy solo en la escuela. La policía está investigando, no-sotros les dimos el celular de él para que vieran los mensajes donde lo atacaban pero por ahora nadie declaró ni pasó nada con la causa. Como es un suicidio, puede quedar en la nada.

LA REGLA DEL NO TE METAS

La escuela efectivamente hizo poco por contener a un adolescente que necesitaba ser escuchado. Que esa noche lo haya dejado volver solo a su casa puede parecer una anécdota que cobra sentido ahora, sabiendo que Carlos se sintió, más que liberado, sin salida. Pero es evidente que poner el velo del “secreto” en todo el episodio era la peor opción posible, igual que haber ignorado las señales de alerta durante los cuatro años de escolaridad de Carlos. Jamás citaron a los padres, nunca le preguntaron cómo se sentía, mucho menos castigaron de alguna manera la actitud violenta del resto. Pero ¿con qué herramientas cuenta una escuela cualquiera, no sólo en un pueblo aislado por la geografía, para tramitar este tipo de eventos? ¿Cuánto sigue pesando el mandato de que hay cosas de las que es mejor no hablar, sobre las que es mejor no preguntar, como si pertenecieran a la intimidad de cada uno, de cada una? De hecho, con la ley de educación sexual en suspenso de hecho, ¿en qué ámbito chicos y chicas pueden poner en juego sus dudas, sus temores, sus deseos?

Marcelo Lucero, representante del Inadi en La Rioja, explica que a raíz de este caso hicieron un relevamiento de Chepes, que es un pueblo muy chico, casi un paraje. “La escuela le dio la espalda al sufrimiento de Carlos. Era el segundo mejor promedio, jamás había tenido problemas de conducta y sufrió cantidad de maltratos en el aula. Las maestras y preceptoras en lugar de contenerlo y tratar de que el problema no pasara a mayores, lo dejaron ir esa noche. Un delirio, porque vos no podés dejar que el chico se vaya solo a la casa, mucho menos si asiste al turno noche. Es un caso que golpeó muy duro a La Rioja, porque gracias a varias cosas que están empezando a ocurrir, desde la ley de matrimonio y desde que cierta gente se niega a mirar para otro lado, tuvo bastante difusión. La directora de la escuela, Mili Vega, está tratando de tapar todo para desligarse de la responsabilidad, pero lo cierto es que su comportamiento es vergonzoso: la Escuela Normal Electrónica de Chepes es una institución estatal, sin embargo su gestión trata al alumnado como si fuera un colegio de curas y monjas, los obliga a llevar uniforme como si fuera un privado y ahora intenta que se deje de hablar del suicidio de Carlos”, dice Lucero, descargando la responsabilidad en actitudes individuales.

Apenas fue notificado, el Inadi local se comunicó con el Ministerio de Educación de la provincia, a cargo de Walter Flores, para que intervenga, no sólo en esta escuela en particular sino para que el caso motorice la reflexión general de la institución educativa y haya espacio para hacer charlas y jornadas de reflexión, pero Flores no respondió los llamados y circulares del Inadi. “Por lo bajo, nos acusan de ser ultra K, y nos mandan a pedir ayuda al gobierno nacional. Esta es una provincia muy conservadora, no es ninguna novedad, pero ignorar el suicidio de un joven por cuestiones políticas, ya me parece redoblar la apuesta de la gravedad del asunto”, concluye. También podría advertirse que exhibir la interna política, explicar lo que no se hizo sólo delata justamente eso: lo que no se hizo, lo que falta hacer.

UN CASO PUBLICO ¿CUANTOS SECRETOS?

El 27 de abril, familiares, amigos y muchos vecinos y conocidos de la familia Agüero marcharon desde la casa de Carlos hasta la plaza del pueblo para exigir la visibilidad del caso. Franco dice que necesitaba hacer las pancartas, salir a la calle, sentir que la gente se lamentaba por su hermano. Vio mil veces esa escena en la televisión: gente marchando en silencio, pidiendo justicia, tomados de la mano intentando reparar algo del dolor. No puede entender cómo su hermano no le insistió en que necesitaba ayuda, ni le dejó una carta o le dio una señal, pero también está convencido de que él sólo no puede cargar con esa responsabilidad. “El suicidio de Carlitos podría haberse evitado, tal vez yo no debería haberme callado su sufrimiento, pero él tenía terror de que papá y mamá se acercaran a la escuela para pedir que interviniera y me hacía jurarle que no iba a comentar nada, si no el grupito que lo tildaba de gay le iba a decir que era una nena de mamá.” Fátima y Roberto Agüero, los padres de Carlos y Franco, son gente de campo; ella es ama de casa, él trabaja los fines de semana en el Pozo San Carlos, un paraje donde están las bombas hídricas que proveen de agua al pueblo. Ninguno quería que este caso se difundiera, pero esto ocurrió de todas maneras, un poco por casualidad, otro poco porque hubo ciertos ecos en medios alternativos que multiplican las voces en Internet. Así, algo que en este momento puede estar ocurriendo en otros lugares, pequeños como Chepes, enormes como las grandes ciudades, empieza a salir a la luz gracias a quienes no quieren callarse. Uno de ellos es Facundo Moya, tiene 27 años y es ayudante en la cátedra de Antropología de la Universidad de Córdoba, donde temas como género, identidad, racismo y salud diferencial son centrales. Estaba en La Rioja cuando fue el suicidio de Carlos y sus padres conocen a la familia Agüero de toda la vida, por lo que el hecho lo motivó a escribir por primera vez una nota en el portal Indymedia que le dio más visibilidad al caso. “El motor para escribir la nota fue la bronca de pensar: ‘esta familia está hecha mierda y a nadie le importa un carajo’, de leer las notas diminutas de los diarios de allá y ver cómo obviaban la realidad, de hablar con Claudio Saul, el intendente de Chepes, y plantearle lo de la discriminación y que me conteste que no cree que este suicidio venga por ese lado, porque él construyó un polideportivo muy lindo para que los jóvenes puedan entretenerse, y me termine haciendo propaganda de su gestión, con la ‘música de fondo’ del llanto más desgarrador que escuché en mi vida, el de Fátima, la madre de Carlitos. Así que quizá fue, al menos en parte, una especie de intento egoísta de exorcizarme un poco de esa bronca. Si sos puto, y además de clase media, excéntrico y rubio, tenés más posibilidades de subsistencia que si sos o parecés puto, vivís en una villa, o trabajás en una fábrica, o tuviste la mala pata de nacer en un pueblo de 10.000 habitantes”, dice. Al trabajo de Facundo se sumó la acción de Fernando Baggio, presidente de La Glorieta, una organización que trabaja intensamente en el ámbito de la provincia de San Juan, muy cercana al sur de La Rioja, donde vivía Carlos. “Apenas me enteré del suicidio hice un comunicado que luego tomó la revista digital Sentido G y provocó un comunicado de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans. Intentamos darle visibilidad porque la discriminación en Cuyo es muy fuerte; no son pocos, lamentablemente, los casos de adolescentes que nos contactan porque viven diversas situaciones de violencia, por parte de sus pares, vecinos, en la escuela e incluso de sus propios padres”, explica y apunta que éste es tal vez el suicidio más visible que se ha logrado asociar al bullying escolar desde la promulgación de la ley de matrimonio igualitario.

EL BULLYING ESCOLAR

En Estados Unidos, el acoso escolar a los jóvenes lgbt ganó notoriedad en la prensa el año pasado. Tyler Clementi, de 18 años, estudiaba violín en la Universidad de Nueva Jersey y se tiró del célebre puente Washington al río Hudson cuando un compañero de cuarto difundió un video donde se lo veía teniendo sexo con otro hombre. Billy Lucas, de 15 años, se colgó en su cuarto del Greensburg High School, en Indiana, por los tormentos recibidos durante años. Estos suicidios engrosaron la lista de los seis ocurridos sólo en septiembre de 2010 por bullying escolar a chicos o chicas gays y puso la lupa en la estadística general, que registra entre 5 y 8 suicidios por mes por esta causa.

The Trevor Proyect, una organización que brinda asesoramiento y contención en el paso a la adultez de los adolescentes lgbt, estima que los jóvenes homosexuales son hasta cuatro veces más propensos a intentar suicidarse que sus pares heterosexuales y calcula, gracias a su línea telefónica, que nueve de cada 10 estudiantes lgbt sufrieron algún tipo de acoso en su paso por la escuela. Basta poner “joven”, “suicidio” y “gay” en cualquier motor de búsqueda para registrar cantidad de casos en todo el mundo. Twitter, Facebook y otros redes sociales ayudaron a propagar el maltrato: en el caso de Clementi la voz de alerta sobre el video comenzó en la web de los 140 caracteres y luego se subió al perfil de unos de los acosadores, quien había puesto una cámara en el cuarto que compartía con Clementi para tomar las imágenes. En el caso de Lucas, sus propios compañeros llenaron su perfil de Facebook contando cómo eran testigos del acoso que él sufría, una especie de mea culpa masivo que daba cuenta del infierno sufrido por el chico.

En el caso de Clementi, los “buchones” están procesados por invasión a la privacidad y podrían tener hasta cinco años de cárcel, pero en general el bullying como delito es muy difícil de probar, se diversifica en distintos compañeros, se ampara en el anonimato de la red y no existe como figura legal. En este sentido, la causa abierta en la fiscalía de Chepes por el suicidio de Carlos no registra ningún movimiento ni se prevé una denuncia particular por parte de la familia hacia la escuela, quien, dicho sea de paso, jamás se comunicó con los Agüero para solidarizarse o excusarse por lo sucedido el día anterior a la decisión de Carlos.

Luis De Grazia, militante lgbt independiente y uno de los autores del cuadernillo “Salí del clóset” que el año pasado editó la Comunidad Homosexual Argentina, dice que éste es un caso más de los tantos que se registran cuando el colegio se transforma en un infierno para adolescentes lgbt. Algunos terminan en suicidio, como el de Carlos, otros tantos, según pudo comprobar él en la investigación preliminar a la redacción del cuadernillo, son intentos de suicidio que marcan a los chicos y los terminan de estigmatizar, y muchas de las historias de jóvenes marginados y acosados en sus lugares de estudio provocan la deserción del ejercicio escolar. “La escuela es una constante entre los chicos que no salieron del closet, porque hay un clima de convivencia donde está naturalizado el maltrato entre los compañeros. Ese discurso de ‘los chicos son crueles’ es muy pobre, porque en todo caso lo cierto es que los chicos ven adultos crueles y reproducen esas conductas. En la escuela se remarcan los estereotipos: está el negro, el boliviano, la puta, el chorro y el puto, y esa marca genera una vulnerabilidad enorme. Por tener que convivir todos los días con esa rutina tan jodida muchos chicos y chicas eligen no salir del closet hasta que terminen la escuela. Los miles de casos de homofobia, de misoginia y de transfobia tienen raíces muy profundas que no se destierran con una ley.” El proyecto del cuadernillo fue una excusa para ir a dar talleres en escuelas, cuenta De Grazia, y esa experiencia fue un exponente de las ideas que siguen circulando. Los chicos preguntaban ¿cuándo te hiciste homosexual? o insisten con que la homosexualidad es una enfermedad. En ese sentido, los relevamientos que existen en Estados Unidos sobre casos de bullying escolar a chicos y chicas lgbt señalan muy bien los contextos en los que se dan estos casos y remarcan la importancia del sin salida, la encrucijada que supone no tener apoyo en la casa, sentirse humillado en la escuela, no poder abrir la boca ni con un confidente. La información que recaban los sitios de The Trevor Project o de la campaña It gets better son útiles para encarar la militancia y las políticas públicas con otro matiz. “Hay cambios que se producen con mucha rapidez que tienen que ver con los debates o mismo con la ley, por eso son importantes, pero el horizonte sigue siendo el horizonte.”


Fuente: P/12 http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1969-2011-05-14.html

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miércoles, 23 de marzo de 2011

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[lópez·arruga·verón·aguirre·pennacchi·lópez·mercado·sire·galarza·lùquez·
figueredo guillem·gonzáles ríos·espinosa·moreno·
y por todxs lxs otros y las otras que son desaparecidxs hoy]



· nunca más ·

jueves, 24 de febrero de 2011

reseña de brujas II


Publicada por Mariano Massone* en Revista No Retornable**

Brujas
de Sofía Luppino(La Parte Maldita 2010)

Los aquelarres se configuran por contagio. Las danzas, los sonidos repetitivos, el alcohol o cualquier otra sustancia diseminan furor en el momento extático. El lugar para limpiar las impurezas se convierte así en un derrame caótico. Este acto puede ser sanador pero peligroso: “una tropa de cuchillos resquebrajándome/ hiriéndome por dentro absorbiendo/ toda mi sangre salpicada con asco en tus azulejos blancos”. La fuerza del contagio es cuando una persona se vuelve médium de los fantasmas que hay alrededor. Esa intensidad amor-odio, pasión- sufrimiento es la que nos muestra el libro Brujas de Sofía Luppino. Con la sutil delicadeza de una bestia, la autora esparce su cuerpo, lo despliega semi-muerto ante nosotros, lo atomiza: “y mis voces ancestrales comienzan a gritar por mí/ gritan/ gritan/ gritan/ explotan/ vociferan inmutables/ vuelan por el aire/ saltan en pedazos/ habitando este collage en el que me estoy convirtiendo”. 

Esta explosión subjetiva está dedicada a otra bruja, compañera de ruta y, a la vez, torturadora, asesina de ese yo que se vuelve cada vez más inmundicia a medida que leemos los poemas. La forma del amor más sincera es que dos personas se ahoguen mutuamente, pareciese decir ese yo desbocado: “sos mi virus mi toxina y mi remedio/ solo vos, y todo tu tóxico en mí/pueden lograr que me conmueva”. Porque lo que realmente conmueve del otro es su miseria, su apatía, sus espectros. 

Aunque, también puede haber deseos de crear nuevas situaciones amorosas, ficcionales o reales, que rediman esa relación de tortura: “Tal vez me invente otra historia”, “Pero la realidad me colmó/ superándome/ y tuve que inventar nuevas máscaras”. Máscaras, realidades, historias procreadas y mutadas son sólo balsas para salvarse en el medio de la inundación cuando, como decimos en el campo, el agua tapa hasta el cuello a estas brujas. El contagio liquida cualquier variable amable para la vida. Cuando no hay sueños es imposible encontrar esa historia que nos salve: “No imagino una noche de ochenta años/ ni un día de veintitrés”.

La enfermedad de estas brujas extasiadas adquiere una intensidad de guerra, de trinchera, ya que amar es recordar la mierda ajena y la propia, patearse entre sí, despellejarse… Es decir, toda una poética amatoria sadomasoquista: “Entre mi carne podrida y tanta basura en el mundo,/ vos sos lo mejor que tengo”. La escritura de una poética bruja es esto, pero también una poética zombie, tísica o, para ser más modernos, portadora. Esto revuelve en el lugar más neurálgico del amor: éste nunca se salva de cierto grado de violencia. 

Sofía arremete desde este lugar desencantado, sin ninguna magia, y llega a pensar que los cuerpos brujos siempre son carnes desencajadas, grotescas que juegan por un momento a poseer una cierta ilusión pero ésta desaparece al instante y sólo queda la pura mierda. El yo le dice a esa otra bruja, como despidiéndose (en vida): “y ahora puede agradecerte:/ me volví la mujer más insensible del mundo.” Volverse insensible, en este mundo, es situarse en la posición más incómoda para cualquier atisbo de poeta funcional, sensibilizador. En este carnaval que despelleja al que nos invita Sofía parece no haber personas que se animen a tirar la primera piedra, porque todos están llenos de pecados, de mierda, todos están intoxicados con alguna virus en la sangre.

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*Mariano Massone, 1985, Luján. Estudiante de profesorado y licenciatura en Letras. Poeta. Oráculos: marianomassone@gmail.com 

miércoles, 23 de febrero de 2011

reseña de "brujas", por el gran julián mónaco :)


**tres anotaciones en los márgenes de “brujas”, de sofía luppino

infinitas

"Brujas” es un libro que fluye, que encuentra su pulso vital no tanto en la descripción de estados de ánimo o maneras de ser como en el discurrir de flujos, de mareas. Brota, se precipita, desaparece. En algún lugar dice Gilles Deleuze que la pregunta "¿cómo estás?" tiene algo de estúpida, porque a medida que es formulada tanto quien pregunta como quien responde están deviniendo-otres. De esa pregunta estúpida se aleja “Brujas”.

Claro que la fijeza de la identidad –de la propia y de las otras- ofrece seguridades. Pero esa es una aspiración a la que este libro ha renunciado. Aquí no hay lugar para lo unívoco: se trata de identidades infinitas, inaprensibles, cargadas de movimiento, de contingencia. Más aún: aquí no hay lugar. Esta máquina ha sido forjada afuera, a la intemperie: allí donde las desprotecciones se radicalizan, pero también las propias potencias. Potencias a las que, a partir de la primera letra escrita, les ha llegado su momento.

en juego

Si algo se narra minuciosamente a lo largo de estas páginas eso es el devenir de una vida que se sale de sí misma: una vida que –sea porque lo ha elegido o porque no lo ha podido evitar, o tal vez por ambas cosas- está ahora puesta en juego, echada a su suerte. Como anota Giorgio Agamben, “una vida ética no es simplemente la que se somete a la ley moral, sino aquella que acepta ponerse en juego en sus gestos de manera irrevocable y sin reservas. Incluso a riesgo de que, de este modo, su felicidad y su desventura sean decididas de una vez y para siempre”. Por eso “Brujas” no puede ser escrito dos veces: porque después de él ya no hay vuelta atrás.

Se trata del amor. Del amor y del desamor. La vida se sale de sí misma y está en juego porque ama y porque odia. “buscáme vos: ahora llegó tu momento”, “espantáme. ESPANTÁME. ESPANTÁME”. Las vísceras, la sangre, los fluidos y los poros hablan aquí el lenguaje del riesgo, del atrevimiento, de la impureza que experimentan los cuerpos. “ibas despellejándome viva”. Una a una las fibras que componen la densa trama de la distinción yo/otra son destejidas: no sin dolor, no sin placer, violentamente enviadas a las ruinas que deja tras de si –y a sus costados- “Brujas”.

mística

Si “Brujas” puede fluir es porque encuentra su territorio en estados crepusculares, inconscientes, en las heridas, en la misma embriaguez. “sonámbula callejera”, “noctámbula”, “soy una maga vagabunda que navega por las noches”, “me transformé en el mar más espantoso que viste jamás”. En esos territorios el yo de “Brujas” naufraga a través de sus experiencias más intensas. Experiencias que, paradójicamente, lo empujan a su propia ruina, a su disolución, lo desarman, llevándolo hasta zonas nocturnas, oscuras, de profundo desconocimiento, aún cuando se trate –al mismo tiempo- de las zonas más íntimas, más propias.

Es en el relato de esas experiencias que no le pertenecen que este libro alcanza sus momentos más incandescentes. Sofía Luppino elije contar lo heterogéneo y lo hace, pero asumiendo que se trata de una empresa imposible, destinada siempre al fracaso, pues lo heterogéneo es –por propia definición- lo incomunicable. Aquí lo único que puede tener lugar es el contagio, la inoculación: el dolor de panza, el comerse las uñas y la desorientación que provoca en el cuerpo el choque con ese flujo siempre intempestivo que es “Brujas”.

martes, 25 de enero de 2011

Género y Butler, dos puntos

El género, plantea Judith Butler, no es una identidad estable: se trata de una identidad construida en el tiempo que se instituye por medio de la “repetición estilizada de actos”[1] que crean la ilusión de un “yo” generizado permanente. De esta manera, plantea Butler, es que el concepto de género se desplaza hacia el terreno de la temporalidad social constituida: la repetición de actos discontinuos en el tiempo mediante la cual se instituye el género, la “apariencia de sustancia” que se presenta, no es otra cosa que una identidad construida. En este sentido, podríamos pensar, siguiendo a Butler, en la llamada “identidad de género” como un resultado performativo. Es el cuerpo, dice Butler, el que adquiere su género, en una serie de actos que se renuevan, revisan y consolidan en el tiempo; por lo que no podríamos dejar de pensar en el cuerpo como una “encarnación de posibilidades”, posibilidades que estarán, a su vez, condicionadas por las convenciones históricas. Lo que conocemos o hemos aprehendido como constitutivo del género femenino o masculino forman parte de los actos previamente mencionados.

Lo que plantea Butler es que, más allá de lo que cada uno/a haga y a pesar de que el acto se lleve a cabo por cuerpos individuales, al tratarse de modos generizados la acción se vuelve pública, son acciones con dimensiones temporales y colectivas, esto es: se lleva a cabo la performance y también la intención de mantener al género dentro de un modelo binario; y es también en este sentido que Butler realiza el planteo acerca de que los actos que cada uno/a hace ya fueron, previamente, llevados a cabo por otres actores, a la vez que actualizados y reproducidos como una realidad. Podríamos entonces, parafraseando a Butler, pensar en una herencia de actos sedimentados que, con el tiempo, han ido configurando estilos corporales que aparecen como forma natural de los cuerpos en sexos que existen en una relación binaria.

Butler retoma, también, el lema feminista “lo personal es político”, para reflexionar en relación a la experiencia subjetiva, que existe estructurada por las configuraciones políticas, pero también para ver cómo esta experiencia, a su vez, repercute en esas configuraciones y las estructura.

De alguna manera, la teoría del género como performatividad que establece Judith Butler nos permite reflexionar en varios aspectos: por un lado, en la idea de la performance como algo, en algún punto, inquietante ¿Qué sería esto? Lo que “asusta” de las performances de género (en un contexto que no es “el teatro”, por ejemplo) es la falta de línea que marque el límite entre la actuación y aquello considerado como la “realidad”. Intranquiliza que no haya convenciones que demarquen ese límite y que, por lo tanto, faciliten la dominación. Como vemos también Roland Barthes ("La muerte del autor"), se teme la multiplicidad, y es por esto que se intenta clausurar el sentido, buscar explicaciones, estableciendo centros y poniendo puntos de inicio, de origen, y de finalización. En la teoría del género como performatividad nos encontramos, también, con una suerte de multiplicidad: pensando, por ejemplo, que cada acto constituye una realidad nueva. Que el género es un continuo “hacer”. Que no podemos hablar de géneros como modelos verdaderos o falsos, no podemos establecer un “origen del género”.

Tal vez lo interesante sea imaginar, como establece Butler, una genealogía crítica del género complementada con una política de actos performativos de género que redescriba las identidades de género existentes, exponiendo de esa manera las cosificaciones/construcciones sociales que se presentan como núcleos sustanciales, como identidades; ya que, como ella misma dice “si el cimiento de la identidad de género es la repetición estilizada de actos en el tiempo (…) en la ruptura o repetición subversiva de este estilo, se hallarán posibilidades de transformar el género”[2].



[1] Butler, Judith, Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista en Theatre Journal Nº3, 1988, p. 297.

[2] Butler, Judith, Op. Cit, p297

martes, 11 de enero de 2011

hasta luego, maria elena

Eva, por María Elena Walsh

Calle Florida,
túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedo sin madre
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.

Sombríos machos de corbata negra
sufrían rencorosos por decreto
y el órgano por Radio del Estado
hizo durar a Dios un mes o dos.

Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías
encargaba a Paris rayos de sol.

La cola interminable para verla
y los que maldecían por si acaso
no vayan esos cabecitas negras
a bienaventurar a una cualquiera.

Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado,
rajado en serio. Huérfanos. Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona
El Líder, Democracia, La Razón.
Y Antonio Tormo calla "amémonos".

Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte mas muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas,
visones ofrendados por el pueblo,
sandalias de oro, sedas virreinales,vacías, arrumbadas en la noche.

Y el odio entre paréntesis, rumiando
venganza en sótanos y con picana.
Y el amor y el dolor que eran de veras
gimiendo en el cordón de la vereda.
Lágrimas enjuagadas con harapos,
Madrecita de los Desamparados.

Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lagrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada mas que un gran castigo.

Se pintó la República de negro
mientras te maquillaban y enlodaban.
En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los gorilas
pero eso sí, solísima en la muerte.

Y el pueblo que lloraba para siempre
sin prever tu atroz peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron
esta leyenda, ni me la robaron.
Días de julio del 52
¿Qué importa donde estaba yo?

II

No descanses en paz, alza los brazos
no para el día del renunciamiento
sino para juntarte a las mujeres
con tu bandera redentora
lavada en pólvora, resucitando.

No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,
metiste a las mujeres en la historia
de prepo, arrebatando los micrófonos,
repartiendo venganzas y limosnas.

Bruta como un diamante en un chiquero
¿Quién va a tirarte la última piedra?
Quizás un día nos juntemos
para invocar tu insólito coraje.

Todas, las contreras, las idólatras,
las madres incesantes, las rameras,
las que te amaron, las que te maldijeron,
las que obedientes tiran hijos
a la basura de la guerra, todas
las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.

Cuando los buitres te dejen tranquila
y huyas de las estampas y el ultraje
empezaremos a saber quién fuiste.

Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,
única reina que tuvimos, loca
que arrebató el poder a los soldados.

Cuando juntas las reas y las monjas
y las violadas en los teleteatros
y las que callan pero no consienten
arrebatemos la liberación
para no naufragar en espejitos
ni bañarnos para los ejecutivos.

Cuando hagamos escándalo y justicia
el tiempo habrá pasado en limpio
tu prepotencia y tu martirio, hermana.

Tener agallas, como vos tuviste,
fanática, leal, desenfrenada
en el candor de la beneficencia
pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.

Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta
aunque nos amordacen con cañones.
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sábado, 8 de enero de 2011

regalo 20-11

El regalito del nuevo año: la libertad del femicida Ricardo Barreda. Otra patadita en el orto que solamente viene a confirmar lo que todes sabemos: la convicción social de sostener un sistema sexista, patriarcal, violento, femicida. La misma impunidad de todos los días. Barreda y su libertad son un símbolo más entre tantos. Escuchar a sus vecinos festejando, mujeres y hombres aplaudiendo su libertad, justificando al asesino, calificándolo de "víctima de las malignas mujeres que lo rodeaban", son también un símbolo más entre otros.

¿Qué podemos esperar? Si pasaron 8 días desde que empezó el año, OCHO días de mierda en los que ya asesinaron a más de 5 mujeres: una degollada, dos quemadas, dos a puñaladas ... y las que no sabemos, de las que nunca nos vamos a enterar. Las invisibles. Los cuerpos que realmente NO importan. Y los machos violentos, femicidas, asesinos, que matan con la seguridad que les da la impunidad y el saber que toda una sociedad, por acción o por omisión, los justifica.

Que las mujeres siempre, en última instancia, "algo habrán echo".
Que pueden ser asesinadas sin tener que buscar excusas, porque ni siquiera serán necesarias.

¿Cuánto más vamos a aguantar? ¿Cuántas más van a tener que morir? ¿Cuánto tiempo más sin que se escuchen sus voces? ¿Cuánto tiempo más los ojos cerrados?
¿Cuánto? ¿Cuánto? ¿Cuánto?

(No puedo dejar de preguntarme dónde mierda está el discursito de los derechos humanos. O si, en todo caso, los derechos humanos también vienen con privilegio)
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